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¿Qué dice la IA del Sindicalismo en Colombia?

  • Foto del escritor: Tatty Umaña G
    Tatty Umaña G
  • 24 oct
  • 4 Min. de lectura
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Con más de 6.000 sindicatos y solo un 4 % de afiliación laboral, Colombia enfrenta un sindicalismo dividido entre la defensa de derechos y la pérdida de credibilidad.


Una historia de resistencia y desencuentros


El sindicalismo colombiano ha sido, durante más de un siglo, una expresión de resistencia social, de reclamos colectivos y de conquistas laborales que hoy parecen naturalizadas: el descanso dominical, las vacaciones pagas o la estabilidad laboral. Sin embargo, en 2025, el panorama sindical se debate entre la desconfianza ciudadana, la fragmentación interna y el desgaste institucional.


Según datos de la Escuela Nacional Sindical (ENS), en Colombia existen cerca de 6.000 organizaciones sindicales registradas, pero apenas el 4 % de la población trabajadora está afiliada. De esas estructuras, más de 4.800 sindicatos tienen menos de 100 afiliados, y solo 15 superan los 10.000 miembros. Una cifra que, más que reflejar fortaleza, evidencia un movimiento profundamente dividido.


Lo bueno: una voz que aún defiende derechos


Pese al desgaste, el sindicalismo sigue siendo un canal legítimo de defensa de los derechos laborales. En sectores públicos como educación, justicia o salud, las organizaciones sindicales han sido esenciales para evitar recortes de derechos y negociar mejores condiciones para miles de trabajadores.


Fecode, por ejemplo, continúa siendo una de las fuerzas sindicales más influyentes del país, representando a los maestros del sector oficial. En el área de la salud, Anthoc agrupa a personal médico y asistencial de hospitales públicos, mientras que Asonal Judicial lucha por la dignificación del trabajo en los despachos y tribunales.


En el sector privado, los sindicatos también han sostenido luchas históricas. La Unión Sindical Obrera (USO), con más de 25.000 afiliados, ha sido protagonista en las negociaciones con la industria petrolera. En el sector bananero, los trabajadores del Urabá antioqueño han logrado, a través de la organización, mejores garantías de seguridad y estabilidad laboral frente a un entorno históricamente violento.


Lo malo: la atomización y la falta de renovación


Aunque los sindicatos fueron pilares del cambio social en el siglo XX, muchos se quedaron anclados en estructuras internas rígidas, poco representativas y con escasa conexión con las nuevas generaciones.


El exceso de divisiones internas ha debilitado su poder de negociación: existen sindicatos por empresa, por rama, por subrama e incluso por dependencia, lo que ha fragmentado la capacidad de incidencia nacional.


Esa atomización ha sido aprovechada por sectores empresariales para frenar procesos de negociación colectiva o diluir la presión de los movimientos obreros.


A esto se suma un problema generacional: el sindicalismo no ha logrado atraer a los jóvenes trabajadores del siglo XXI, vinculados a la economía digital, las plataformas o los contratos temporales. Muchos de ellos no ven en el sindicato una herramienta útil o moderna, sino una estructura burocrática, distante y politizada.


Lo feo: persecución y desconfianza social


Colombia sigue siendo uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer la labor sindical. De acuerdo con la Defensoría del Pueblo, cada año se registran amenazas y asesinatos contra dirigentes obreros, especialmente en zonas rurales y sectores estratégicos como energía, transporte o agroindustria.


A la violencia se suma la desconfianza de la sociedad. Parte de la opinión pública percibe a algunos sindicatos como grupos cerrados, con privilegios o intereses personales, más que colectivos.

Casos de corrupción interna, conflictos políticos y enfrentamientos entre federaciones han deteriorado su imagen frente a los trabajadores no afiliados.


Entre el deber y el privilegio: los representantes sindicales


El ejercicio de la representación sindical en Colombia está amparado por la ley. Los líderes sindicales, tanto en el sector público como privado, tienen derecho a permisos remunerados para cumplir con sus funciones de defensa laboral, asistir a asambleas o participar en negociaciones colectivas.


El Decreto 720 de 2024, por ejemplo, establece que los servidores públicos representantes sindicales pueden recibir permisos proporcionales al número de afiliados de su organización y mantener sus salarios durante el tiempo en que ejerzan esa labor.


Sin embargo, los sueldos de los líderes sindicales no están determinados por un valor adicional. En la mayoría de los casos, siguen recibiendo el mismo salario que su cargo base, aunque algunos pueden tener viáticos o compensaciones por parte de la organización sindical si esta dispone de recursos.


En el caso del INPEC, por ejemplo, existen varios sindicatos (entre ellos, el Sindicado de Empleados del INPEC, Sintrapec, y la Asociación Sindical de Empleados del Sistema Penitenciario) que representan a los funcionarios del cuerpo de custodia y administrativos. No obstante, la pluralidad de sindicatos dentro de la misma entidad ha generado conflictos internos y división entre los trabajadores.


Un sindicalismo que necesita reinventarse


El desafío del sindicalismo colombiano en el siglo XXI es reinventarse. Las nuevas realidades laborales —teletrabajo, inteligencia artificial, economía de plataformas— exigen organizaciones más abiertas, inclusivas y conectadas con las preocupaciones reales de los trabajadores.

El sindicalismo necesita volver a inspirar confianza, construir unidad y renovar sus liderazgos, alejándose de prácticas políticas tradicionales y acercándose más a la ciudadanía.


Porque, aunque muchos lo dan por agotado, el sindicalismo sigue siendo una herramienta esencial para equilibrar el poder entre empleadores y trabajadores.



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