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Cuando la dignidad se vuelve bandera: el Príncipe que recordó al mundo que la salud mental es un derecho humano

  • Foto del escritor: Tatty Umaña G
    Tatty Umaña G
  • 20 oct
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 24 oct

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En Bogotá, el Dr. Jean Louis Bingna unió paz, derechos y salud mental en un mensaje que sanó silencios y conectó continentes.


Un escenario donde convergen las urgencias del alma


La capital colombiana se convirtió en el epicentro de una conversación que el mundo necesitaba escuchar. Durante la Cumbre Global de la Salud Mental, representantes de múltiples naciones se congregaron para abordar una crisis silenciosa que atraviesa fronteras y condiciones sociales. Entre las voces que tomaron el micrófono, una destacó no solo por su origen, sino por la profundidad de su mensaje: la del Dr. Jean Louis Bingna, Príncipe Bantú de Camerún, cuya trayectoria como diplomático y activista ha construido puentes donde otros solo ven distancias.


Su presencia en el evento no fue meramente protocolar. Representó el encuentro entre dos continentes históricamente unidos por el dolor, pero también por la resistencia y la capacidad de transformar heridas en sabiduría. Cada palabra pronunciada llevaba el peso de quien ha sido testigo de realidades complejas, de comunidades que luchan por mantener su equilibrio emocional en medio de contextos que parecen diseñados para quebrarlo.


La sala, repleta de profesionales de la salud, académicos y defensores de derechos humanos, guardó silencio cuando el Príncipe comenzó a hablar. No era un silencio vacío, sino uno cargado de expectativa, como si todos intuyeran que estaban a punto de escuchar algo que trascendería los límites de un discurso convencional.


Las palabras que construyen puentes invisibles


"Sin salud mental no hay humanidad posible", expresó el Dr. Bingna con una serenidad que contrastaba con la contundencia de su afirmación. Para él, la mente no es simplemente un órgano que procesa información, sino el territorio donde se libran las batallas más íntimas del ser humano. Cuando ese territorio es invadido por el sufrimiento sin que nadie acuda en su defensa, la persona deja de ser dueña de sí misma.


Además, subrayó que la salud mental no puede entenderse como un asunto individual desconectado del entorno. Las sociedades que normalizan la violencia, la exclusión o la pobreza están sembrando semillas de enfermedad emocional que tarde o temprano germinarán en forma de crisis colectivas. Por eso, hablar de salud mental es también hablar de justicia, de equidad y de dignidad compartida.


Sus palabras resonaron especialmente en un contexto latinoamericano donde millones de personas carecen de acceso a servicios básicos de atención psicológica. Sin embargo, el mensaje no fue de desesperanza, sino de compromiso. El Príncipe dejó claro que reconocer el problema es el primer paso para transformarlo, y que esa transformación requiere voluntad política, educación y, sobre todo, empatía.


La paz que nace desde adentro


Durante su intervención, el Dr. Jean Louis Bingna recordó algo que a menudo se olvida en los foros internacionales: la paz no es únicamente la ausencia de conflictos armados. Es, ante todo, un estado interior que se cultiva con cuidado, con paciencia y con la certeza de que cada ser humano merece vivir sin el peso del miedo o la desesperanza.


"La paz no se firma, se siembra", afirmó, y esa frase quedó flotando en el aire como un eco que invitaba a la reflexión. Se siembra en las aulas donde los niños aprenden a reconocer sus emociones, en las familias donde se respeta el dolor ajeno, en las instituciones que diseñan políticas con rostro humano y en cada conversación donde alguien decide escuchar en lugar de juzgar.


El Príncipe Bantú no habló desde la teoría académica ni desde la retórica diplomática. Habló desde la experiencia de quien ha recorrido territorios marcados por la guerra, la pobreza y la discriminación, y ha visto cómo esas circunstancias destrozan no solo cuerpos, sino también mentes y esperanzas. Por eso, su mensaje tuvo el peso de lo vivido, de lo observado, de lo sentido en carne propia.


Además, conectó la salud mental con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, específicamente con el ODS 3 que promueve el bienestar para todas las edades. Recordó que una sociedad que descuida la salud emocional de sus ciudadanos está hipotecando su futuro, porque las comunidades emocionalmente enfermas pierden cohesión, productividad y, sobre todo, esperanza.


Los derechos humanos como medicina del alma


El Dr. Bingna fue enfático al señalar que la salud mental debe entenderse como un derecho humano fundamental, no como un lujo reservado para quienes pueden pagarlo. Esta perspectiva se alinea con lo establecido en la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, adoptada en 2006, que en sus Artículos 25 y 26 exige acceso no discriminatorio a los servicios de salud, incluida la atención psicológica.


Sin embargo, la realidad dista mucho de ese ideal. Millones de personas en el mundo enfrentan barreras geográficas, económicas y sociales que les impiden acceder a la ayuda que necesitan. La estigmatización sigue siendo una muralla invisible que separa a quienes sufren de quienes podrían ayudarles. Y en muchos casos, los tratamientos se aplican sin consentimiento informado, violando principios básicos de autonomía y dignidad.


El Príncipe no se limitó a enumerar problemas. Propuso soluciones concretas basadas en principios claros: atención centrada en la persona, participación activa de pacientes y familias en las decisiones, protección contra el abuso y el trato degradante, y garantía de igualdad de acceso sin importar género, edad, etnia o condición social.


Además, subrayó que los profesionales de la salud mental deben recibir formación en derechos humanos, porque no basta con saber diagnosticar o prescribir. Es necesario aprender a mirar al otro como un ser completo, con historia, con contexto, con una dignidad que debe preservarse incluso en los momentos más oscuros.


Un legado que trasciende fronteras


Residente en México desde hace años, el Dr. Jean Louis Bingna ha dedicado su vida a construir lazos entre África, América Latina y Europa. La Universidad Bantuland, la Casa de la Francofonía y la Cámara de Comercio México-África-América Latina son manifestaciones concretas de esa visión integradora que entiende la diversidad como riqueza no como obstáculo.


Su paso por la Cumbre Global de la Salud Mental en Bogotá reafirmó ese compromiso. No llegó como un invitado distante, sino como alguien que comprende que los problemas de salud mental no conocen fronteras y que las soluciones deben ser igualmente universales, aunque adaptadas a cada contexto cultural.


Durante los días del evento, se le vio conversando con estudiantes, compartiendo ideas con académicos y escuchando testimonios de personas que han vivido la exclusión en carne propia. Cada encuentro fue una oportunidad para recordar que la diplomacia verdadera no se hace solo en salones elegantes, sino también en esos espacios cotidianos donde las personas se reconocen mutuamente como seres humanos.


Cuando el protocolo cede ante la emoción


Al finalizar su intervención, algo inesperado sucedió. El auditorio completo se puso de pie en un aplauso que duró varios minutos. No fue un gesto automático ni una cortesía de ocasión. Fue una respuesta genuina a un mensaje que había tocado algo profundo en cada uno de los presentes.


Había gratitud en esos aplausos, pero también había compromiso. Porque las palabras del Príncipe Bantú no fueron una lección magistral que se escucha y se olvida, sino una invitación a la acción, a la transformación personal y colectiva. Recordó a todos que la salud mental no es responsabilidad exclusiva de médicos o terapeutas, sino de toda la sociedad.


Los Estados tienen el deber de garantizar acceso equitativo a servicios de calidad, de formular políticas públicas basadas en evidencia y derechos humanos, y de supervisar que las leyes protejan la autonomía y la dignidad de cada individuo. Pero también la sociedad civil, las familias, las escuelas y cada persona tienen un papel que desempeñar.


La esperanza como acto de resistencia


En un mundo que parece diseñado para generar ansiedad, depresión y desesperanza, mantener el equilibrio emocional se convierte en un acto de resistencia. El Dr. Jean Louis Bingna lo sabe bien. Ha visto comunidades enteras quebradas por la violencia y la pobreza, pero también ha sido testigo de la capacidad humana para sanar, para reconstruirse, para encontrar sentido incluso en medio del caos.


Por eso, su mensaje en Bogotá no fue pesimista ni derrotista. Fue, en cambio, un llamado a la esperanza activa, a esa que no se queda en el deseo sino que se traduce en acciones concretas. Esa esperanza que entiende que cada gesto de empatía, cada política pública inclusiva, cada espacio de escucha es una semilla que puede florecer en bienestar colectivo.


La Cumbre Global de la Salud Mental no solo fue un espacio de diálogo académico. Fue un recordatorio de que las transformaciones profundas empiezan cuando somos capaces de mirar al otro con humanidad, cuando dejamos de ver a las personas con sufrimiento psicológico como seres defectuosos y comenzamos a verlas como lo que son: seres humanos que necesitan apoyo, comprensión y oportunidades para sanar.


El eco de una voz que no se apaga


Días después del evento, las palabras del Príncipe Bantú seguían circulando en conversaciones, en redes sociales, en artículos académicos. No porque fueran novedosas en términos conceptuales, sino porque habían sido pronunciadas con una autenticidad que rara vez se encuentra en los escenarios internacionales.


El Dr. Jean Louis Bingna logró lo que pocos oradores consiguen: recordarle al mundo que detrás de cada estadística sobre salud mental hay una persona con una historia, con sueños interrumpidos, con dolores que merecen ser escuchados. Y que la única manera de construir sociedades verdaderamente justas es garantizando que cada ser humano tenga acceso a la atención que necesita para mantener su equilibrio emocional.


Su presencia en Bogotá fue un regalo, pero también un desafío. Un desafío a los gobiernos para que cumplan con sus obligaciones, a los profesionales para que actualicen sus prácticas, a las comunidades para que derriben los muros del estigma y a cada individuo para que se convierta en guardián de su propia salud mental y de la de quienes le rodean.


Porque al final, como él mismo dijo, la paz no se firma en tratados diplomáticos. Se construye día a día, en cada decisión que tomamos sobre cómo tratarnos a nosotros mismos y cómo tratar a los demás. Y esa construcción empieza cuando somos capaces de reconocer que la salud mental no es un lujo, sino un derecho que nos pertenece a todos por el simple hecho de ser humanos.



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